-Luz azul sobre la arena-
(Con ademanes profesionales, el mimo del circo contó la siguiente historia)
Nunca lo iba a creer el pequeño niño que las cosas iban a continuar así. Por una parte su pequeño amor, (no tanto como él) se despidió un tiempo para que entrenara su corazón a las despedidas de las cuáles nadie esta excento; despedidas que sabe bien de que tratan: agonizar ante la Ausencia, seguramente al vacío, o la transición entre 1 y 0. Para fortuna de él, no contaría únicamente con la ausencia del cariño de su amor, sino también del recuerdo de un familiar perdido.
Ante semejante carga el pequeño caminaba recto, con un temple admirado por sus similares y es que no se puede pedir menos, a los nueve años tiene la fuerza necesaria para poder cargar con pesos que a la edad de nosotros provocaría que se nos tambalearan las piernas. Así que decidió cargar también con el caos provocado por los de su misma sangre. Él no entendía como era posible que doliera tanto la pérdida de aquéllos que llevan su misma sangre, su mismo espíritu, su cariño, sin embargo continuaba caminando y es que en un punto los caminos de todos se vuelven uno solo. Al recordarlo, una lágrima rodó por su mejilla; quería llegar, quería descansar y dejar las cargas, quería un abrazo.
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