Aquel caballero llevaba a cuestas a su Cariño en su corcel negro para que nada malo le pasara durante el trayecto. Galoparon horas y horas hasta la costa poniente del feudo, donde dicen que un héroe de tiempos muy lejanos, alguna vez luchó por el amor de su amada para morir al filo de la espada de su contrario.
El muro de los ecualiptos quedó lejos y solamente a vuelo de águila se podría ver una delgada línea verde que alguna vez sirvió para delimitar el cariño del uno por el otro. Una vez en la costa, lo inevitable: la despedida, que junto al atardecer, escondían las lágrimas de ambos por un futuro incierto detrás de las motañas que tienen por almas los dos.
Y así, el barco zarpó..
Creo que ninguno de los dos romperá su promesa
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