Todos los días de regreso de clases, bajaba del cerro (donde se encontraba mi escuela) para poder ir a comer a casa de mis abuelos en lo que mi madre regresaba de trabajar. Estamos hablando de cuando tenía 9 ó 10 años máximo. Ya para esa edad mi mamá me había dado un juego de llaves de mi casa y la de mis abuelos por si se ofrecía, por lo que yo me pasaba como ?Juan por mi casa ?cada vez que llegaba. Creo que los mejores días era cuando desde la entrada principal ya se percibía ese rico olor a milanesas y a sopa de fideo (futs!, era y sigue siendo mi comida favorita) solo para mí.
Pero no todos los días que llegaba estaba la comida lista, y mucho menos llegaba a la misma hora, porque había ocasiones en que se me olvidaba avisar que llegaría temprano; ?a la hora del café? así es, puntualmente a las 12 o 1 de la tarde, mi familia se prepara con gran concentración y misticismo su taza de café. No hay tanto drama si es planchuela o caracolillo, el chiste es que sea café. Entonces como buenos tutores, me daban mi tacita de café, es una pequeña taza de color blanco con unos garigoleados rosas que a lo mucho le cabían 200 ml. pero me sabía a Gloria, porque aparte lo acompañaba con las tradicionales ?galletitas?, si esas chiquitas de color marrón ¡riquísimas!
Diez años mas tarde las cosas no son las mismas, ya no voy a la primaria y mucho menos tengo 9 ó 10 años, ya no tengo a mi abuela, pero si ese mismo gusto por la sopa de fideo y milanesas; pero sobre todo, mi tacita de café.